De repente llaman a la puerta by Etgar Keret

De repente llaman a la puerta by Etgar Keret

autor:Etgar Keret [Keret, Etgar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Drama, Humor, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2012-04-23T00:00:00+00:00


Ilan

Mi novia, cuando se corre, grita «Ilan» y no una vez, sino un montón, «¡Ilan, Ilan, Ilan, Ilan!», y no pasa nada, porque yo me llamo Ilan. Pero a veces me gustaría que dijera otra cosa. No importa qué. «Amor mío», «Reviéntame», «Basta, no puedo más». Hasta un manido «Sigue, sigue» me bastaría. Algo distinto, más adecuado a la ocasión, más específicamente relacionado.

Mi novia estudia Derecho en una escuela universitaria. Quería ir a la universidad, pero no la aceptaron. Quiere especializarse en Derecho Contractual. Es que existe algo así: un tipo de abogado que se dedica solamente a contratos. No se relaciona con las personas ni va a los juzgados, sino que se pasa todo el día mirando las líneas escritas en un papel, como si en eso consistiera el mundo. Cuando alquilé el piso me acompañó, y al momento se dio cuenta de que el dueño quería colárnosla en una de las cláusulas. Yo en la vida me habría dado cuenta, pero ella lo detectó al instante. Y es que mi novia tiene una inteligencia más afilada que un cúter. Y lo bien que se corre. En mi vida he visto una cosa igual. Vuela en todas direcciones retorciéndose como una loca. Como cuando alguien se electrocuta. Y deforma la cara inconscientemente, mientras retuerce el cuello y los pies. Es como si todo el cuerpo quisiera decir gracias y no supiera cómo.

Una vez le pregunté qué es lo que decía cuando se corría con otros hombres, antes que yo, y ella me miró muy sorprendida y me respondió que con todos, cuando se corría, decía «Ilan». Solamente «Ilan». Pero yo insistí y le pregunté qué era lo que decía cuando se corría con los que no se llamaban Ilan, y entonces ella se quedó pensando un momento y me dijo que nunca había follado con nadie que no se llamara Ilan. Había estado ya con veintiocho hombres, incluyéndome a mí, y todos, ahora que se paraba a pensarlo, se llamaban Ilan. Después de decir eso, se calló.

—Pues menuda casualidad —le solté yo—, ¿no será que nos escoges por el nombre y solo buscas Ilanes?

—Puede —dijo pensativa—, puede que sí.

Desde aquel día empecé a ser más consciente de los Ilanes que me rodeaban: el del banco, el contable, ese otro que está todos los días en la cafetería a la que vamos nosotros y que me pide que le guarde el suplemento deportivo de mi periódico. No hice nada con toda esa información sino que me limité a anotar mentalmente Ilan + Ilan + Ilan. Porque en el fondo sabía que cuando las cosas nos fueran mal, si es que nos llegaban a ir mal, el causante sería uno de ellos. Es extraño que con todo lo que ya os he contado de mi novia no os haya dicho cómo se llama. Como si su nombre no tuviera importancia. Y la verdad es que no lo tiene. Si me despertarais a media noche, lo primero de ella que empezaría a



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